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Anécdota de San JP II-Respetar la voluntad del otro



El Papa Juan Pablo II, en una solemne sala del Vaticano, recibe a una de las más altas autoridades religiosas del judaísmo, el gran Rabino del Estado de Israel, Meir Lau. La formal entrevista se llevó a cabo en fraternal marco y quedó espacio para el relato anecdótico.

Entonces, el religioso judío narró al Sumo Pontífice un hecho acaecido hace largas décadas en una ciudad europea. Le contó que terminada la Segunda Guerra Mundial, una mujer católica se dirigió al párroco de su pueblo, para hacerle una consulta. Ella y su esposo, tenían a su cuidado, desde los días de la guerra, a un pequeño niño judío que le habían encomendado sus padres poco antes de haber sido deportados a un campo de concentración.

Los padres del niño, desaparecidos en el trágico infierno de la masacre nazi, habían previsto para el niño un futuro en la tierra de Israel, soñaban con ello. La madre adoptiva del niño judío se encontraba ante una encrucijada y pedía consejo al sacerdote católico ya que su intención era bautizar al niño en agradecimiento por haber sobrevivido a la masacre.

El párroco tuvo una pronta y comprensiva respuesta: “Se debe respetar la voluntad de los padres”
Posteriormente el niño judío fue enviado al entonces naciente Estado de Israel, donde se criaría y educaría.

La anécdota resultó muy interesante para Karol Wojtyla, y pasó a ser más conmovedora aún, cuando Meir Lau el gran rabino le aclaró la identidad de aquellas personas: “Usted, Eminencia, era ese párroco católico. Y ese niño huérfano… era yo

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La fe del pueblo polaco y su temple a la hora de defender su derecho a practicarla es ejemplo para los católicos de todo el mundo.

Uno de los problemas que tenía la Iglesia en esa nación era el de escasez de templos; la guerra había destruido muchos y, además, surgían nuevas ciudades, nuevos barrios, como el de Nova Hutta-Nueva Siderurgia-, en los alrededores de Cracovia, donde vivían ya cerca de doscientas mil personas que no disponían de una sola iglesia.

Un día, los trabajadores se presentaron ante su obispo para pedirle la construcción de un templo. Éste elevó la correspondiente solicitud ante el gobierno, que al cabo de algún tiempo reservó unos terrenos. Pero como el permiso de construcción no llegaba, un domingo por la mañana se presentó en los terrenos, con autorización de su obispo, un sacerdote que clavó una cruz de madera, montó un altar portátil y se puso a celebrar la Santa Misa. A partir de aquel día, con lluvia o con sol, calor o con frío, con niebla o con viento, cada domingo se celebraron hasta doce Misas, a las que empezaron a asistir muchos miles de fieles.

Las autoridades comunistas no podían soportar aquello: montaron en cólera, denegaron el permiso para construir el templo y trataron de llevarse el altar portátil y la cruz de madera.

Aquello fue Troya. Los trabajadores de Nova Hutta se echaron a la calle, se enfrentaron a la policía, protestaron airadamente en defensa de sus derechos. Varios cayeron heridos, otros dieron en la cárcel con sus huesos, pero al domingo siguiente las Misas continuaron y el número de fieles prosiguió en aumento.

La batalla fue larga. Pero un día hubo templo en Nova Hutta. Lo bendijo el obispo de Cracovia: Karol Wojtyla, quien después sería el Papa Juan Pablo II.

Cfr. J. Esteban Perruca, Juan Pablo II, el primer Papa polaco